Conozco a una persona que, durante muchos años, ha fallado —y aún sigue fallando— en cumplir su palabra.
Dado que no es parte del cuerpo de Cristo, no podemos exigirle que tome en cuenta lo que dicen las Escrituras al respecto, pues no está obligado a obedecerlas.
Sin embargo, nosotros, que somos parte del pueblo de Dios, sí estamos llamados a seguir Sus enseñanzas y mandamientos, pues Él espera que vivamos conforme a Su voluntad.
Esta reflexión, por lo tanto, es para nosotros.
En el Nuevo Testamento, los apóstoles enseñaron la importancia de la honestidad y la integridad en nuestras palabras. Como seguidores de Cristo, debemos ser personas confiables, reflejando el carácter de Dios en todo lo que decimos y hacemos.
El apóstol Pablo nos exhorta en Efesios 4:25:
"Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros."
Si engañamos o no cumplimos lo que prometemos, dañamos la confianza y la unidad dentro del cuerpo de Cristo.
El Señor enseñó a Sus discípulos a hablar con sinceridad en Mateo 5:37 (citado también por el apóstol Santiago en Santiago 5:12):
"Sea vuestro sí, sí; y vuestro no, no; para que no caigáis en condenación."
Los apóstoles reafirmaron que el cristiano debe ser alguien que cumple lo que dice sin necesidad de juramentos ni excusas.
3. Ananías y Safira: Un Ejemplo de la Seriedad de No Cumplir
En Hechos 5:1-11, vemos la historia de Ananías y Safira, quienes prometieron entregar una ofrenda a Dios pero mintieron sobre la cantidad. Pedro les dice en Hechos 5:4:
"No has mentido a los hombres, sino a Dios."
Su trágico final nos muestra que Dios toma muy en serio la fidelidad en nuestras palabras.
Conclusión
Los apóstoles nos enseñaron que nuestra palabra debe ser confiable y que mentir o no cumplir lo prometido es desobedecer a Dios.
Como seguidores de Cristo, debemos reflejar Su verdad en nuestra vida diaria, honrando lo que decimos y cumpliendo nuestros compromisos con fidelidad.
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